-Se abre la sesión. ¿Juráis que lo que se hable entre estas cuatro paredes no saldrá de este lugar? A la cuenta de tres digan: ‘‘Sí, juro’’. Uno, dos... tres.
(Todos).
-¡Sí, juro!
-Secretario, proceda a dar lectura al acta, por favor.
-Cómo no, señor Presidente. Puntito único de nuevo.
(Pasa un angelito).
-¿Qué espera para leer?
-Su venia, S. E.
-La tiene.
-Gracias. El tema a tratar...
-Galicismo.
-¿Cómo, señor Presidente?
-A tratar. Galicismo. Que se tratará.
-Gracias por hacerme ver mi pobreza de recursos en todo aspecto, sobre todo en lingüística de la sintaxis, Jefe Superior. Y sin más prolegómenos ni galicismos, el
temé de hoy es: "
Grandé perversioné de le sexó: ¿Asumirlas o disimularlas?"
-Corte el hueveo, secretario. Hay varios candidados para su cargo y no me cuesta nada...
-Perdón, señor Presidente. Leo nuevamente: "Grandes perversiones del sexo: ¿Asumirlas o disimularlas?"
-Recuerde que en este club no se mueve ni una sola hoja sin que Papá Mono lo sepa... ¿O NO? ¡Ni una sola hoja!
(Todos).
-¡Ni una sola hoja, señor Presidente!
-Gracias. Se ofrece la palabra.
-¡Pido la palabra, señor Presidente!
-Hable usted, Jorobabel Diéguez.
-Gracias, Maestro Perfecto. Para decir que primero habría que nombrar las perversiones, luego definirlas y recién entonces concentrarnos en la médula del asunto.
-Me parece atinada su intervención, Diéguez. Propongo que cada uno escriba ejemplos de perversiones en una hojita y se los entregue al secretario.
-Señor Presidente...
-¿Sí, Pollo Loco?
-¿Hacemos correr la hojita o dice usted que cada socio escriba en una hojita propia?
-Se ofrece la palabra a los partidarios de una sola hojita.
-¡Pido la palabra!
-Diga, Moore.
-Es mejor una sola hojita porque hay menos posibilidades de que se repitan los casos. ¿No ve que si el socio lee lo que él pensaba, entonces no lo escribirá para ahorrar tiempo?
-¿Nadie más? Que hablen los partidarios de una hoja por socio.
-Pido la palabra.
-Diga, Camilito.
-Una hoja por socio permite resguardar el secreto de la privacidad más íntima y sincera,
monsieur le President.
-¡Marucho!
-¡A callar! Se vota. Por la misma hojita. Levanten la mano.
(Levantan las manos).
-Por una hoja por socio.
(Levantan las manos).
-Anote secretario. Una hoja por socio.
-Anotado, Su Excelencia.
-Pues bien. Escriban.
-Señor Presidente...
-¿Sí, Matas?
-¿Tiene una hojita que me preste?
-Secretario: distribuya hojas para todos.
(Al rato).
-¿Listos?
-Me falta una, señor Presidente.
-Estoy en la duda, Ilustrísima.
-Ante la duda abstente.
-¡Cállate, gris!
-¡Casi me dicen negro, señor Presidente!
-¡Ya, paren el hueveo! ¿Terminaron, cabritos?
-¡Acabé, señor Presidente!
-¡Terminé!
-¡Ay, llegué!
-Secretario. Reúna todas las hojas y léalas en voz baja. Tarje las que se repitan y luego léanos los ejemplos, por favor.
-Sus deseos son órdenes, señor Presidente.
(Al rato).
-Estoy listo, señor Presidente.
-¿Ya te fuiste cortado, Espinita?
-¡A callar! Secretario, lea por favor.
-Leo, señor Presidente, en el entendido de que estamos hablando de perversiones sexuales, que serían las siguientes: culiar entre varios, pegarle un combo en l'hocico a la mina cuando la tenga patita al hombro, afilarse mamíferos, aves, peces y reptiles de distintas familias, géneros y razas, cagar en la guata a la mina, afilarse a los cabros chicos, tomar pichí, comer caca, culiarse a los muertos, culiar en los baños de los trenes, culiar en un gallinero, culiar detrás de las matas, culiar chupando un zapato, correrse la paja con guantes de box, culiar por internet, culiar con la postura del misionero, culiarse a la tía, culiarse a la abuelita, culiarse a todos los parientes, ser culiado por el padrastro, mostrar la pichula en un parque, meter la nariz, vestirse de mujer, culiar con un ser del mismo sexo, macaquearse caminando en la calle, ser víctima de un apretón de cocos con alicate, chupar un pico ajeno, culiarse a un travesti, meter más de cuatro dedos en el poto, chupar la zorra, meter los dedos de los pies, usar objetos, culiar por teléfono, correr mano en el Metro y en el Transantiago, mirar cuando se afilan a la esposa, correrse la paja con una bolsa de comprar pan en la cabeza, que se lo mamen viendo un partido de la selección, culiarse a un negro. Ésas serían hasta el momento, señor Presidente.
-Bien. Se ofrece la palabra.
-¡Protesto, señor Presidente!
-Ya sé lo que va a decir, socio
Paére. Secretario, por favor anule el último ejemplo... aunque le pese a la sala.
-Tarjado con lápiz... DE CARBÓN, señor Presidente.
-¡Protesto, Ilustrísima!
-¡Basta ya! Se ofrece la palabra.
-Pido la palabra, señor Presidente.
-Diga, Diéguez.
-Ahora que las cosas están claras, propongo no abrir debate, porque así las cosas la sesión no acabaría sino hasta el 2010. Además les recuerdo a todos que a las ocho juega Colo Colo con River Plate...
-¡Lo había olvidado! Tiene usted toda la razón, socio Diéguez. ¿Qué sugiere entonces?
-Sugiero, respetado señor Presidente, que cada socio defina en pocas palabras la perversión que saque por sorteo, y luego manifieste si es mejor asumirla o disimularla.
-Se vota. Levanten la mano por la moción del socio Diéguez.
(Levantan la mano).
-Aceptada la moción. Secretario. Escriba por separado las
supuestas perversiones y eche los papelitos a una bolsa.
-Cómo no, señor Presidente.
(Al rato).
-Listos para el sorteo, señor Presidente.
-Bien. Saque cada uno un papelito.
-Esto es como el amigo secreto, Ilustrísima.
-¿Y si saco una perversión que no me gusta, Ilustre Jefe Superior?
-Aquí no es cosa de gustos, Sargento Roldán. Aquí es como en el regimiento.
-¡A su orden, Mi Presidente!
-Bien. Creo que todos ya sacaron su papelito. El que no sacó, que escuche y si procede, que haga su aporte.
-¡Es mi caso, señor Presidente!
-Tardó mucho, Urzúa, y se quedó sin nada. Lo lamento. Por lo demás llevamos demasiado tiempo en prolegómenos. Socio Vega, por favor, hable usted.
-Gracias, señor Presidente. El destino quiso que me correspondiese defender a los culiados que echan cacha chupando un zapato. Hago extensiva esta perversión a toda clase de objetos que precise el tontito en cuestión para calentarse más rápido, puesto que aquí el tema no es que el huevón se caliente, sino que se caliente rápido, estimo yo, Su Señoría.
-Interesante acotación, Vega. Prosiga, por favor.
-Prosigo, Ilustre Maestro. La perversión de chupar el zapato importa graves riesgos, a saber: que la suela del zapato haya pisado un pollo, lo que tornaría el acto de chupar en algo resbaloso por decir lo menos. Suele suceder que los zapatos exhiban algun clavo y la lengua no lo advierta; he allí otro riesgo. Un tercer peligro consistiría en tragarse la tapilla, si el zapato es de taco alto. Chuparlo por dentro puede conducir a despegar el forro de badana, lo que deja en mal pie, valga la redundancia, al pie de la dama, en el entendido de que siempre se está hablando de un zapato femenino. He oído además de casos en que el culiado, en su delirio, extrae desde el fondo del zapato un resto de juanete y se lo traga sin querer.
-¿Se asume esa perversión o se disimula, socio Vega?
-Yo diría, Gran Maestro, que se asume abiertamente. No hay nada de pecaminoso en chupar un zapato. Yo ni siquiera calificaría dicho acto de perversión.
-¿Qué sería entonces?
-Un placer gastronómico, Su Señoría.
-Siguiente perversión.
-¡Pido la palabra!
-Diga usted, socio Moore.
-Quiso la suerte que me correspondiese hablar acerca del acto de correrse la paja con guantes de box. Para empezar, debo admitir que nunca lo he podido hacer, no por falta del implemento boxeril, que sí lo poseo, sino porque cuando he tratado de hacerlo mi filorte no ha dado el ancho.
-¿Ha probado con guantes infantiles?
-Sí, Su Señoría, pero no me entra la mano.
-¿Qué ha concluido?
-Mi conclusión es muy simple, Ilustrísima: debe ser rico porque la palma del guante es arrugadita, pero yo diría que macaquearse con guantes de box es un disparate, una mera iniciativa de carácter lúdico o lúdicro y tampoco estaría calificando como perversión. De modo que hay que asumirla siempre que la callampa exceda de los 20 centímetros de largo y 8 de grosor. De lo contrario el intento se convertirá en una suerte de pesadilla.
-Socio Pollo Loco, tiene la palabra.
-Gracias, señor Presidente. Saqué el papelito que dice "correr mano en el Metro y en el Transantiago". Y tampoco califica como perversión.
-¿Cree usted? El
froteurismo o acto de frotarse en multitudes se encuentra dentro de las perversiones clásicas.
-Lo habrá dicho una doctora mujer, señor Presidente, pero dígame por favor quién de nosotros no ha corrido mano en un concierto, en el Metro, en una micro llena o hasta en la fila de un banco, como por casualidad. Este acto equivale al refrán
la ocasión hace al ladrón: nacimos ladrones y nacimos calientes, pero la sociedad nos controla. Si yo me pudiera culiar a una mina rica en la calle lo haría sin miramientos, Su Excelencia. Pero como me mandarían a la cárcel, trataría entonces de correrle mano sin que parezca calentura. Aún recuerdo un día en que la micro iba llena y una pasajera de poto gordo se me instaló justo medio a medio del filorte. El Julio Martínez con beatle se paró altiro y se le llegó incluso a salir un comentario, pero la mina no se movió. Parece que lo hacía adrede la maraca reculiá, Ilustrísima Señoría.
-¿Y qué pasó?
-Me mandó cortado, señor Presidente. Al llegar a la casa la vieja me ve y me pregunta: "¿Y qué
hací con ese mapa de América del Sur en los pantalones, papá?" Yo le respondí: "Era una oferta del Instituto Geográfico Militar, mamá. Los vendían a tres por mil". Me dijo: ¿Y por qué no te compraste tres, papá?" Le respondí: "Es que iba una pura mina en la micro". La cagué.
-Ay hombre. ¿Y qué pasó?
-Me tuvo durmiendo en la casa del perro tres meses. Yo me cansé de decirle que la culpa no era mía sino de la ramera esa, pero no hubo caso. Por todo eso y por mucho más, como dice Julio Iglesias, considero que correr mano en el Transantiago no es perversión, salvo que la patología se aplique a las mujeres deseosas de que les den un apretoncito. Pero eso a nosotros no nos interesa, señor Presidente.
-Ha hablado esta vez con sabiduría, Pollo Loco. ¿Comió algo especial?
-Me comí una longaniza de pavo al almuerzo, señor Presidente. Tiene menos colesterol.
-Ah, ya veo. ¡El siguiente!
-Me toca, señor Presidente.
-Hable usted, Saval.
-Me ha correspondido hablar sobre la perversión denominada "tomar pichí", Ilustrísimo señor Presidente, pero mientras sacábamos los papelitos decidimos, sin consulta, lo admito, englobar tres perversiones en una: tomar pichi, comer caca y cagar en la guata de la mina. El nombre genérico que le hemos dado es "puta la huevá pa asquerosa".
-Accedo con reparos, Saval. Le pido que sea la última vez que tome decisiones de esa importancia sin consulta previa.
-No fui yo, señor Presidente. Me pidieron...
-Está bien. Hable.
-Gracias, Magnánimo Maestro. Iré de menor a mayor. Tomar pichí es un acto que pudiese parecer repudiable, pero si se fija usted, hoy es recomendado hasta por ciertos galenos en programas de televisión. Se alude a las beneficiosas propiedades del pichí. Se agrega que en el desierto el caminante bebe su propia orina y se remata incluso clasificando las diversas cepas de pichí, al igual que el vino blanco. Éstas serían
pichí clair o pichí clarito;
pichí salissant o pichí sucio, pasado; y
pichí malade o pichí enfermo. El primero viene siendo una especie de varietal, de sabor fresco, exultante, con reminiscencias de albahaca, pepino y ciruelas. El
pichí salissant tiene más cuerpo y color y más horas de guarda en la vejiga. Es espeso y al salir se aprecia fácilmente a la luz su turbiedad. Deja en el paladar notas de cochayuyo, papas con mayonesa y carne al horno. El
pichí malade, hecho para paladares más exigentes, tiene un tono café-rojizo y sale caliente del sapo femenino, aunque también podría ser del pico, pero como en este caso estamos separando, disectando las perversiones, me refiero solamente al choro o sapo femenino, señor Presidente, porque si saliera del pico ya estaríamos entrando a hablar de un huevón colepato.
-¿Hay sapo masculino, Saval?
-No, señor Presidente, pero hay sapo cancionero, también conocido como "sapo de charca" o "sapo de campo". Pero volvamos a lo nuestro. El
pichi malade deja en el paladar recuerdos de prietas con puré picante y mostaza, mote con huesillos, pino de empanada y pan con chicharrones. A mi entender, beber estos mostos de la fuente misma del placer, léase la boca del sapo, está lejos de ser considerado una perversión,
monsieur le President.
-Prosiga, Saval. Vaya al grano.
-Ahí quería llegar, Su Excelencia, al grano: la caca, de por sí asquerosa, aleja a la gente. De allí que la llamaré hez fecal o en su defecto, cacuca.
-Me gusta más cacuca. Lo encuentro tierno.
-Ha dado en el clavo, señor Presidente. La perversión de comer cacuca es una perversión tiernucha, de allí que no la llamaría perversión, sino regresión. Pregúntele a Tony Kamo.
-¿Insinúa usted que comer cacuca equivale a una sesión de hipnosis?
-No, Excelentísima Señoría. Equivale a regresar a nuestros estadios más primitivos. ¿Qué hace el niño de un año en la bacinica? ¡Mira la cacuca y la tantea y si los papás no están atentos se la come! ¿Hay algo más tierno que un niño comiendo cacuca?
-¿Insinúa usted que comer cacuca es un acto infantil?
-No lo digo yo, señor Presidente, lo dice Freud, el viejo ése que de tantos apuros nos ha sacado.
-Entonces Spiniak debería estar en una cárcel de menores.
-Usted lo ha dicho, señor Presidente, mas no lo dije yo.
-Qué análisis más curioso del tema.
-Y si me permite terminar, Magnánimo Califa, echarle cacuca a la mina es solamente invitarla a compartir un juego de niños. Es como decirle: "¿juguemos a hacer casitas de barro en la guatita?". De modo que dichos actos, a mi entender, no entrarían en la categoría de perversiones.
-Sólo me asalta una duda, socio Saval.
-Diga usted, Gran Maharajá.
-¿Y qué hacemos con el olor?
-¡Ah chucha!, eso es harina de otro costal, señor Presidente.
-El siguiente.
-Yo, señor Presidente.
-Vaya, el socio nuevo, Marambio. ¿Qué le tocó?
-Me tocó hablar de culiar entre varios.
-... Señor Presidente.
-¿Cómo?
-Que no terminó su frase con "señor Presidente". Así se estila en este club.
-Perdón, señor Presidente. Gracias, señor Presidente. Culiar entre varios es rico, señor Presidente, siempre que no se lo manden guardar a uno, señor Presidente, ahí se sufre, señor Presidente.
-¿Se lo han mandado a guardar?
-Casi, señor Presidente. Una noche estábamos culiando 15 personas...
-¡Vos po!
-¡Dejen que hable el socio nuevo! ¡Denle confianza! Prosiga, Marambio.
-Gracias, señor Presidente. Estábamos culiando... como seis personas y yo tenía ensartada a una negra cuando del otro lado salió una mano y me enchufó un dedo en el hoyo. La saqué y la volvió a meter. "Cabréate chuchetumadre", le sugerí, y el huevón, porque era un huevón, metió otro dedo. Así que me levanté y mejor me fui. Desde ese día hago sexo en grupo de una manera más sana, señor Presidente.
-¿Cuál?
-Echo cacha en una pieza que tenga espejos por todas partes. Lo que más me gusta ver es cuando la callampa se mete en el sapo. Me caliento y me voy cortado.
-Eso se llama voyerismo y está entre las perversiones clásicas, Marambio. ¿A quién del club le tocó hablar sobre el acto de "Mirar cuando se afilan a la esposa"?
-A mí, señor Presidente.
-Hable entonces usted después de que Marambio se vaya cortado, perdón, acabe su discurso. Termine ahora, Marambio.
-Gracias, señor Presidente. Para irme cortado, perdón, para acabar, deseo señalar que a mi modo de ver el hecho de hacer sexo en grupo equivale a echar cacha con espejos, de modo que traspaso esta posible perversión, que para mí no es perversión, al amigo aquí.
-Bien. Tiene entonces la palabra el señor Pastene.
-Gracias, señor Presidente. Mirar cuando se afilan a la esposa no es voyerismo, sino masoquismo, así que paso, señor Presidente.
-Está bien, pero antes dígame: ¿mirar así, a secas, lo considera perversión?
-No, señor Presidente, porque en el mirar no hay pecado y la perversión es una especie de pecado contra la naturaleza. Si el hombre no mira, la humanidad no progresa. Todo lo que el hombre es se debe al acto sensorial de mirar. Cosa muy distinta es que mientras uno mira lance el moquillo al piso, sobre todo si es de superfléxit, porque entonces pasarían todos refalándose y las isapres no pagarían esas fracturas, Gran Califa.
-Le encuentro toda la razón. Pasemos entonces a analizar la gran perversión denominada masoquismo, equivalente al apretón de cocos con alicate. Tiene la palabra el socio Matas.
-Gracias, señor Presidente. A propósito, tengo ganas de comerme un churrasco.
-Ahórrese comentarios ajenos al tema en cuestión, señor Matas y hable ya, que estamos atrasados.
-Cómo no, Ilustrísima Señoría. Pero antes quiero decir que si el tema me tocó a mí, no es que yo esté de acuerdo con esa práctica, sino que metí la manito y me salió. Pero lo que de verdad quiero decir es que el apretón de cocos con alicate, por más vueltas que le doy, no encuentro que sea una perversión.
-¿Y entonces, qué?
-A mí me parece más bien una práctica típica de un electricista. En casos excepcionales podría ser también, como en éste, una práctica carpinteril.
-¿Me podría explicar, socio Matas, qué relación tiene la electricidad o la carpintería con el apretón de cocos? Explíqueme claro y sencillo, porque deseo entender.
-Muy simple, Maestro Perfecto. El alicate tiene diversos usos, siendo el más recurrido el de "agarrar una cosa". La cosa puede ser un alambre, un tornillo, un fierro de dimensiones pequeñas, una tuerca también puede ser. ¿Y por qué no un coco o los dos cocos juntos si son chicos, señor Presidente? ¿Qué lo impide? ¿Figura en algún manual ese impedimento? Yo jamás he leído en los instructivos de uso del alicate un acápite que indique: "Prohibido apretar los cocos". Lo que no está prohibido está tácitamente permitido. Ahora bien, si nos abocamos al aspecto estrictamente eléctrico, es sabido que el apretón de cocos provoca una electricidad a quien lo recibe. Sería entonces una forma de medir el voltaje del cuerpo.
-Una lógica no muy aristotélica, pero por esta vez se le acepta, en vista del esfuerzo que ha hecho para desplegar su razonamiento, estimado socio. De todas maneras le pregunto: ¿es para usted el masoquismo una perversión?
-Por ningún motivo, Ilustrísima. El masoquismo, entendido como la producción de dolor para generar placer en el que recibe el martillazo en las huevas, por dar un ejemplo, o en el culiado que se corre la paja con una bolsa de pan en la cabeza para que le falte el aire es sólo otra forma de placer. El placer, señor Presidente, es hermano gemelo del dolor. ¿Por qué nuestros socios y casi todos los hombres de la tierra, le aseguro, ponen cara de sufrimiento cuando chorrean moquillo? ¿Les duele o se hacen los adoloridos? ¿Y les ha visto la cara a las mujeres cuando se van cortadas, Su Excelencia? Pareciera que se les copó la tarjeta de crédito.
-¿Alguien desea contradecir al socio Matas?
(Silencio en la sala).
-Nadie, quedó muy claro. Pasemos entonces a la siguiente perversión, que sería... culiarse a los muertos. ¿A quién le tocó?
-A mí, señor Presidente.
-Hable usted, Yuyul.
-Gracias, Eminencia Gris. Para decir que en ningún caso culiarse a los muertos es una perversión, y por lo tanto se asume tranquilamente, como las demás.
-Explíquese.
-Me explico. La muerte es un sueño eterno, Adalid de la Verdad. Culiarse a los muertos es lo mismo que culiarse a la esposa cuando está durmiendo.
-¡Vaya!
-Como es sabido, Maestro Perfecto, la iñora en realidad se está haciendo la dormida, pero hay que llevarle el amén. Generalmente está durmiendo de lado, dándole el poto a uno. De repente hace como que estira la mano en el sueño, agarra el pico y lo suelta. Uno, que en verdad está durmiendo, despierta con el pico parado, deseoso de acción. A la primera, el olor a peo que sale al correr la sábana quita el entusiasmo, pero cuando la callampa se empieza a meter por la zorra el gustito es muy rico. La viejuja está mojada y sigue haciéndose la dormida, pero uno la pilla cuando se mueve más que una micro que da vuelta la esquina y después dice "¡concha!". Al otro día cuenta que tuvo una pesadilla y uno muere pollo tranquilo.
-Volvamos a lo de los muertos.
-Es lo mismo de recién, señor Presidente, con la única diferencia que el muerto no se calienta sino que sigue frío, pero eso no es cosa de uno, sino del muerto.
-¿Pero culiarse a los muertos es una perversión?
-No, señor Presidente. Es un acto de infidelidad, de modo que la pregunta verdadera sería: ¿la infidelidad es una perversión? Y déjeme responderla yo mismo, Gran Califa: la infidelidad no es una perversión sino un pecado y sólo para la Iglesia. Para la ley es una falta tan menor que me parece que no hay castigo y si lo hubiese sería más para el huevón que lo pillaron que para la falta en sí misma.
-Siguiente perversión: afilarse mamíferos, aves, peces y reptiles de distintas familias, géneros y razas.
-Mi turno, señor Presidente.
-Diga usted, Camilito.
-Gracias, Excelentísima Señoría. Para decir que ese acto, que yo englobaría en el injustamente desprestigiado término de zoofilia, está muy lejos de ser una perversión. A mi juicio es una variante mítica de la actividad sexual humana y animal. Permítame recordarle a la asamblea, Califa Supremo, que el acto de culiarse animales está consagrado en todas las culturas no sólo primitivas sino clásicas. Los griegos están llenos de casos de seres mitad hombre mitad caballo, mitad hombre mitad toro, mitad hombre mitad reptil, etcétera. ¿De qué manera nace un centauro sino de la cruza de mujer y caballo? ¿Y cómo se explicaría el nacimiento de un hombre dragón sino de la cruza de varón con lagartija? He allí, pues, el fundamento histórico-antropológico de la zoofilia.
-Pero todos dicen que es una perversión, un acto contra natura, Camilito...
-De ninguna manera, Su Señoría. Es un placer... diferente. ¿Usted cree que la dama que pasea a su perrito no le hace arrurrú por las noches? Y el pobrecito, ¿sufre? ¡No, señor Presidente, el can goza cómo chino!
-¡Y qué pasa con matar la gallina, Camilo!
-Para la próxima pida la palabra, Vega. Pero ya que hizo la consulta, ¿qué pasa en tal caso, socio Camilito?
-Afilarse una gallina, acto sexual que acarrea la consiguiente muerte de la pobre ave de corral, no es una perversión sino un ejemplo de crueldad contra los animales, equivalente a matar a una laucha de un escobazo. Por eso mi consejo es que ese placer solamente les sería dado a los culiados de pico chico.
-¿Y los pescados? ¿Y las culebras? ¿Y los caracoles?
-Mientras el animal no sufra no hay problema, Ilustre Señoría. Hay tanta cosa rara hoy en día que esto es un cuento de niños. ¡Imagínese que hay parejas que hasta echan cacha en una cama!
(Todos).
-¡Ohhh!
-Siguiente tema. Se ofrece la palabra.
-Me tocó, señor Presidente.
-Diga usted, Muga.
-Quiso la suerte, por coincidencia, que defendiera la propuesta que dice relación con mantener relaciones sexuales en un gallinero. Mas, como yo y los demás socios sabemos...
-¡El burro primero!
-¡Silencio en la sala! Continúe, Muguita.
-Gracias, señor Presidente... (en voz baja) me las vái a pagar conchetumadre... (sube la voz) decía, Excelentísima Señoría, que los demás socios y yo decidimos unir esa supuesta perversión con otras que se le relacionan, como hacerlo detrás de las matas, en los baños de los trenes y agrego en La Mansión Siniestra.
-¿Son perversiones?
-No, Gran Maestro. Yo las califico de humoradas que proporcionan cierta emoción. No deja de ser escalofriante meter el pico en la zorra justo cuando sale un esqueleto de un rincón moviendo una guadaña. ¿Y qué me dice del acto romántico de hacerlo detrás de las matas, poniendo eso sí a la mina encima del pasto, por si acaso hay una bosta de vaca?
-¿Y qué hay con lo del gallinero?
-Tiene su riesgo cuando sale el gallo y se pone a dar picotazos en los cocos.
-Hummm, van quedando pocas. El siguiente.
-Mi turno.
-Hable, Jorobabel Diéguez.
-Igual que Muguita, pusimos varias en el mismo saco: pegarle un combo en l'hocico a la mina, meter más de cuatro dedos en el hoyo, también llamado ojete, y meter los dedos de los pies.
-¿Califican?
-No califican, señor Presidente.
-Por qué.
-Porque en primer lugar, hay minas que se andan buscando el combo en l'hocico. Malo está decirlo, Ilustrísima, pero es la pura verdad. Y a veces a uno se le va la mano. La paciencia tiene su límite.
-Eso es sadismo, Diéguez. Y el sadismo es una perversión.
-No es sadismo, señor Presidente. El sadismo obtiene placer del dolor y el combo en l'hocico le da puro dolor a la mina. Sadismo sería pegarle una palmada en la raja a la dama cuando la callampa entra en el sapo. Pero ese hecho tampoco es perversión, sino una metáfora del turf entre cuatro paredes. Es un gesto típico de algún petiso de corbata roja, un gesto de jinete de carreras de caballo.
-¿Y qué hay con eso de los dedos en el ano?
-Tampoco son actos perversos, Ilustrísima Señoría. Introducir más de cuatro dedos en el ano es un experimento científico destinado a dilucidar cuánto da el ancho del hoyo. Meter los dedos de los pies en el sapo es lo mismo. De todas maneras hay que cuidar que los dedos no tengan sustancia entre medio y que las uñas no sufran alguna encarnación, pues podrían producirse infecciones. La salud es lo primero, señor Presidente.
-Vaya, vaya. Siguiente.
-Yo.
-Usted, Matusalén.
-Gracias, señor Presidente. Quiero hablar acerca del uso de objetos, que no es una perversión sino un mero reemplazo del quetejedi, cuando éste no alcanza. Hay minas que gozan con dos callampas al mismo tiempo, una en la zorra y la otra en el chico. Entonces, se le da lo que pide, estimadísimo señor Presidente. Eso no es perversión: es ge-ne-ro-si-dad.
-¿No considera usted que el uso de prótesis o soportes extras sea una acción asaz perversa?
-No, señor Presidente.
-¿Por qué no?
-Porque no nomás, señor Presidente.
-Está bien. ¿Quién sigue? Rapidito, rapidito.
-Me toca a mí, Ilustrísima.
-Hable, Floripoz.
-Gracias, Faraón de Faraones. Afilarse cabros chicos y ser pisado por el padrastro no son actos perversos sino delitos mayores, de tal modo que no caben en esta selección. Culiarse a la tía y a todos los parientes son extensiones de tales actos, y si bien no necesariamente son considerados delitos, tampoco son perversiones-perversiones, ya que lo que cambia no es el acto mismo sino la significación social de éste, expresada en un papel del registro civil o un apellido similar. Sin papel no existe diferencia. O sea, la diferencia la da un papel. ¿Puede un papel ser perverso? La sóla pregunta parece chiste, Su Excelencia.
-Van quedando bien pocas. ¿A quién le tocó mostrar la penca en un parque?
-A mí, señor Presidente.
-No me va a decir que tampoco es perversión.
-Adivinó, Sabio del Oriente. Eso es ofertar.
-¿Cómo ofertar?
-Ofertar, señor Presidente. Agarra aguirre.
-¿Y si alguien no quiere ver lo que le muestran?
-Ojos que no ven, corazón que no siente, Su Señoría. Sólo ve el que quiere ver. Los ojos se hicieron para mirar. Ojos con legañas ven borroso. La miopía es el mal del mundo moderno. La ceguera es propia de los necios. A pico parado no hay ojo que resista...
-Basta, me convenció. ¿Y qué hay con culiar por internet?
-Eso no es perversión, eso es rico, señor Presidente.
-¿Y usted, de dónde salió?
-Soy socio nuevo, Maestro Perfecto.
-Su nombre.
-Pereptil Pérez.
-Así que es rico...
-Claro, señor Presidente. Igual que culiar por teléfono. Yo los llamo "vibradores tecnológicos". Dan gustito.
-Quién sigue.
-Yo, Maestro Perfecto.
-Hable, Periquito.
-Me tocó analizar el caso de culiar con un ser del mismo sexo.
-¡La perversión clásica!
-No, señor Presidente. Aunque parezca imposible, esta vez se equivoca.
-¿Cómo? ¿Me equivoco? ¿No es perversión?
-No es perversión, Ilustrísima.
-¿Y qué es entonces?
-Eso es amor...
(Todos).
-¡Uyyyy!
-¡A callar! Quién sigue.
-La palabra, señor Presidente.
-Hable, Mecerbéricus.
-Me corresponde referirme al hecho de macaquearse caminando en la calle.
-Eso... ¿existe?
-Sí existe, señor Presidente.
-No voy a calificar de antemano, ya que la defensa del caso la tiene usted, pero para mí es una perversión por donde se la mire.
-No, señor Presidente. No sería perversión. Macaquearse caminando en la calle es la paja del ejecutivo moderno, de aquél hombre presionado por la sociedad para hacer rendir el día al máximo. Lo mismo corre para las vendedoras que andan trayendo vibradores en la zorra mientras cazan incautos en el Paseo Ahumada con una carpeta en la mano. ¡Las pobrecitas tienen tan poco tiempo para la intimidad que se ven obligadas a obtener el placer mientras abren tarjetas de crédito para las multitiendas! La verdadera pregunta entonces sería: ¿Es la paja una perversión? Y la respondo altiro: hace 50 años la Iglesia nos habría dicho que sí, sin duda alguna, pero los tiempos han cambiado, Adalid de la Justicia. La paja hoy es el acto más grande de ternura, amor y entrega que un ser humano le ofrece a sí mismo. Y además el más inofensivo, salvo que uno se corra la paja echándose cola de pegar con arroz en el pico, pa que se vea más grueso.
-Mmm, quién sigue.
-Aquí.
-¡Camilito, de nuevo!
-Con su perdón, saqué dos papelitos, señor Presidente.
-Diga.
-Que se lo mamen mientras uno ve un partido de fútbol por la TV y chupar un pico ajeno son dos manifestaciones del mismo acto, ambas de suyo placenteras, ninguna de ellas perversa. En la primera el susodicho, siendo varón, ejerce un rol pasivo mientras la lengua y la boca de la mina hacen su trabajo, y en la segunda, siendo colepato, ejerce un rol activo. Lo mismo para el hecho de pisarse a un travesti. ¡El mundo gay también tiene derecho a gozar, Magnánimo Califa!
-¡Zas!
-¡A callar! Y terminemos luego esta farsa. Quedan sólo dos proposiciones: chupar la zorra y culiar a lo misionero.
-Me tocaron las dos a mí, señor Presidente.
-¿También sacó dos papelitos, Vega?
-Sí, señor Presidente.
-¿Y cuál es su opinión?
-Que chupar la zorra es una perversión seria, una patología grave, Maestro Perfecto, porque introducir la lengua, qué digo, tocar, rozar la punta del clítoris... ¡qué asco! ¡Cómo alguien puede imaginarse una cosa así! ¡Qué cochinada más grande! ¡En qué mundo vive esa gente! A todos esos pervertidos los deberían subir a un barco para echarlos al mar.
-Me imagino que la postura del misionero no será...
-¡Eso es lo peor de lo peor, Gran Califa!, ¡una aberración sin nombre!
-¡Pero si es la postura clásica! ¿Qué tiene de perversa?
-¿Cómo que no es perversa? ¿Qué me dice acerca del combinar el acto sexual con la alusión a un
sagrado miembro de la Iglesia Católica, el sufrido misionero, que tantas veces ha dado su vida en nombre de Dios? ¿Le parece normal, señor Presidente?
-¡Uf, por fin encontramos dos perversiones!, de modo que procede la pregunta inicial: ¿se asumen o se disimulan?
-Hay que asumirlas para callado, o sea disimularlas, y sin enviciarse, Incomparable Mustafá, ya que se trata de enfermedades. Se puede chupar la zorra a ojos cerrados y recurrir a las pinzas en caso de necesidad. El beso del payaso es gusto de cada cual, pero lo que está claro es que ante un sapo abierto la carne es demasiado débil. Lo mismo con el misionero culiado. No puede uno echarse patrás cuando tiene a la mina ensartada hasta las masas.
-Bien. Así sea. Ustedes hablaron, ustedes decidieron. Yo me lavo las manos y levanto la sesión, a ver si por lo menos alcanzamos a ver el segundo tiempo del partido del Colo.